No es la mejor versión de Tarantino, pero sus personajes se construyen hasta conseguir un carisma único, tanto en los principales como el algunos secundarios, tanto en los supuestamente buenos como en los malos.
Hay que mencionar la labor del austríaco Christoph Waltz, en un papel que recuerda a personajes crueles como el de Ralph Fiennes en la Lista de Schindler, con una mezcla deliciosa de despotismo, inteligencia e histrionismo.
La venganza nuevamente es el hilo conductor, con personajes que aparecen y desaparecen, con objetivos similares.
Todo converge hacia una orgía final de sangre y violencia, que no mejora a secuencias menores como la aparición del oso con su bate de beisbol y el juego de las adivinanzas en la taberna.
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