Lars von Trier se marca un divertimento con este film autocomplaciente e incluso narcisista.
Una historia curiosa, aunque no muy alejada de la realidad laboral, enmarcada en un entorno plagado de personajes desequilibrados, quedando la cordura denostada a un segundo plano.
Cruel y humana a la vez, no termina de conseguir sentimientos definidos en el espectador, y la pertinaz apuesta por los ideales del personaje protagonista llega a cansar, por más que se le quiera dar una vuelta de tuerca al guión.
Pese a todo, se recupera en "El jefe de todo esto" al Trier más sarcástico, más cercano a su habitat natural, una Dinamarca mediocre e incluso vulgar, donde se mueve mejor que en las tripas de la América de Dogville o Manderlay.
Un ambiente opresivo, donde conviven seres reprimidos, ansiosos, melancólicos y egoistas.
Un teatro sorprendente de marionetas de cuerda floja, que no llega a cuajar, por las ganas de su creador de mantenerse al margen, de transgredir, de ir contra corriente.
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